El legado del anarquismo
Este artículo inicia una serie sobre el pensamiento crítico y el movimiento social en el Perú; su propósito es debatir experiencias del pasado que ayuden a situar la lucha por el socialismo de hoy. Comenzaremos por el anarquismo, porque en efecto puso la primera piedra de nuestra lucha revolucionaria. Su introductor fue Manuel González Prada, quien regresó de Europa habiendo adoptado este punto de vista; se deshizo de sus antiguos correligionarios, que eran de espíritu más centrista, y reunió a un grupo radical que incluía al dentista Christian Dam y al periodista Glicerio Tassara. Defendieron el libre pensamiento, la idea racional y la modernidad tecnológica, uno de sus primeros voceros se llamó Luz Eléctrica, luego editaron Los Parias.
Poco tiempo después apareció un núcleo de dirigentes obreros que compartían el mismo ideario. Su líder fue M. Caracciolo Lévano, quien conducía la icónica Federación de Obreros Panaderos “Estrella del Perú”. En 1905, este grupo convocó a una manifestación para conmemorar el 1 de mayo. Fue la primera vez que ondearon banderas rojas y negras y se demandó la jornada de las ocho horas.
Esta consigna era una reivindicación internacional del anarquismo. Esa lucha había comenzado entre los obreros norteamericanos, aunque ellos sufrieron el ajusticiamiento de los mártires de Chicago en 1886. De ahí se había extendido por Latinoamérica y llegó al Perú en 1905. En ella hubo dos discursos, uno de Lévano y el otro de González Prada. Ambos tuvieron carácter fundacional.
Prada estableció los principios y la dinámica del cambio social. El socialismo anarquista estaría compuesto por comunas libres, sin estado ni religión ni fuerza armada. Para lograrlo había que promover el entendimiento entre dos fuerzas sociales, intelectuales y obreros, cuya confluencia era clave para transformar el país.
Pero, cómo proceder, cómo pasar de la idea a la acción. Ese fue el tema de Lévano. Sostuvo que había dos tipos de instituciones obreras. Unas buscaban migajas y prebendas negociando con los patrones. Las otras estaban orientadas a la lucha por reivindicaciones concretas, entre ellas la jornada de las ocho horas. Por su parte, el órgano de lucha eran los sindicatos, instituciones verdaderamente independientes y base de la crítica social.
A continuación, los grupos anarquistas se expandieron y diversificaron. Nunca tuvieron un partido, era contrario a sus principios. Formaban centros de estudios sociales, que eran autónomos, editaban su propio periódico y realizaban actividades proselitistas de orden cultural. Pero, tenían una lógica y un patrón organizativo estándar que reproducían en sus respectivas bases.
Por su parte, atravesaron un cambio generacional. González Prada y sus contemporáneos fueron dejando el paso y aparecieron nuevos intelectuales, quienes era menos literarios y más profesionales. Ese cambio también llegó a los obreros y apareció el liderazgo de Delfín Lévano, hijo de Manuel y padre del periodista César Lévano. La revista de su grupo se llamó La Protesta y por quince años fue el principal vocero anarquista, 1911-1926.
A la vez, esta segunda generación anarquista incorporó más mujeres. Ahí apareció la primera abogada litigante, Miguelina Acosta, cuya obra acaba de ser publicada en Lima. Junto a Dora Mayer editó un vocero anarquista llamado La Crítica y dio dura batalla por la igualdad legal de la mujer; su blanco fue la legislación sobre el matrimonio y la patria potestad. De este modo, el anarquismo apareció vinculado al primer feminismo.
Por su parte, el tema campesino contribuyó a la peculiaridad del anarquismo peruano. Eran llamados “libertarios” y buscaron influir en el agro. Por ejemplo, en Trujillo se vincularon a los cañeros que tuvieron una dura lucha en 1912 en protesta por el régimen del enganche. Del mismo modo en Huacho donde una huelga protagonizada por los jornaleros de la campiña recibió la solidaridad de las trabajadoras del mercado que arrastraron a los gremios urbanos. Esa huelga fue en 1916 y se saldó por una masacre en la que murieron varias mujeres, Irene Salvador y Juana Chafloque entre otras.
Por su parte, la cuestión indígena también fue considerada. El tema ya había aparecido en González Prada, quien había sostenido que la patria residía en los Andes y que el indio era el verdadero peruano. Esa idea de Prada es anterior al primer anarquismo, corresponde a su etapa nacionalista radical. Luego, en La Protesta se procesó una reflexión sobre las luchas campesinas en Puno que habían estremecido la región al comenzar el siglo XX. En su afán de hacer nacional su credo, los anarquistas peruanos buscaron identificarse con el indio.
De este modo, durante la década de 1910 el anarquismo se consolidó como corriente radical entre los trabajadores. Además, carecía de competencia, porque a diferencia de otros países latinoamericanos, en el Perú no había Partido Socialista. Los libertarios habían pasado de la esfera intelectual a la práctica, se habían enraizado en medios obreros, alcanzando las capitales regionales de Arequipa y Trujillo y numerosas ciudades intermedias. Es cierto que su implantación era más costeña que serrana, pero tenían presencia y proyección. También contaban con el apoyo de una figura muy reconocida de las letras como era González Prada.
En ese momento terminó la I Guerra Mundial y se produjo un alza de las luchas populares en el mundo entero. La misma revolución rusa fue producto de ese movimiento y luego lo retroalimentó. En el Perú, esa ola se tradujo en una nueva lucha por las ocho horas. Se inició en diciembre de 1918 y tuvo su punto culminante en enero del año siguiente.
Diversos gobiernos habían ido cediendo. Primero concedieron las ocho horas para los estibadores, luego para mujeres y niños. En ese momento terminaba el gobierno de Pardo y el régimen político se hallaba ante un gran cambio. Estaba cayendo la república aristocrática y comenzaba el oncenio de Leguía. Los sindicalistas midieron el cambio de régimen y jugaron su carta con decisión.
El liderazgo lo tenían los trabajadores textiles. Empezaron una huelga antes de Navidad que se extendió e hizo general al comenzar enero 1919. Fue la primera huelga general, liderada por el proletariado de Lima, paralizó completamente la ciudad que quedó controlada por piquetes de manifestantes. Finalmente, el gobierno cedió, y gracias a la mediación de los estudiantes liderados por Haya de la Torre, aceptó las ocho horas.
Esta fue la principal conquista del anarquismo peruano y tuvo vigencia hasta las reformas neoliberales de Fujimori. Desde entonces, hemos vuelto a la antigua esclavitud de jornadas laborales muy largas. Aunque, ahora con mayor aceptación social, porque se asume que son parte de la carrera individual y el sacrificio necesario para ascender. Creyendo avanzar hemos retrocedido.
*Fuente fotográfica: Diario el Peruano.