¿Es comunista la China de hoy?
Hace setenta años, cuando el Partido Comunista Chino, PCCH, llegó al poder, el país era extremadamente pobre, mientras que hoy, por el contrario, es la segunda potencia económica del mundo. El PCCH ha protagonizado esa transformación después de haber superado el colapso del comunismo luego de la caída de la Unión Soviética. A pesar de ello, algunos analistas sostienen que el ascenso chino no guarda relación con el comunismo; según esta interpretación, el PCCH solo conservaría el nombre de comunista, pero en la práctica actuaría como una dictadura capitalista, igual a otros regímenes del Asia Oriental. El objetivo de estas líneas es discutir ese parecer abordando la pregunta por la vigencia del comunismo en la China de hoy.
El punto de partida es entender que el comunismo chino siempre fue creativo y desde el comienzo buscó nacionalizar sus conceptos. No fue una repetición de los clásicos ni tampoco una prolongación del comunismo soviético. La misma intención tuvieron algunos de los fundadores en diversos países, como Mariátegui entre nosotros. Pero, el Amauta murió joven y esa disposición a crear se interrumpió en el Perú. No fue el caso de China, sino que la implementó a fondo antes de conquistar el poder.
La singularidad de Mao Zedong fue destacar el papel del campesinado como clase revolucionaria, modificando una tesis de Marx sobre el proletariado como única clase capaz de derribar al capitalismo. De ese punto deriva la propuesta maoísta: asentarse en áreas rurales, cercar las ciudades desde el campo, lograr el equilibrio estratégico y solo entrar a las ciudades a buscar el desenlace. Esa estrategia era nueva en el marxismo y rompía con los moldes tradicionales.
Al fusionar el marxismo con la nación china, el PCCH descubrió otros temas que le dieron perfil propio. Un asunto clave era el colonial. China había sido una gran potencia hasta fines del siglo XVIII, luego, siguió un siglo de humillación. Las potencias europeas adquirieron derechos y soberanía sobre puertos claves del imperio e incluso Japón obtuvo posesiones en China. De ahí derivó Mao la segunda singularidad de su pensamiento. El comunismo chino debía lograr la liberación nacional y la lucha debía ser en etapas, primero contra el imperialismo antes que contra el capital nacional.
En 1949, al ocupar Beijing, el PCCH era un partido seguro de sí. Pero, no había roto con Moscú, al contrario, se puso bajo su manto protector. Hubo varias campañas para aplicar el modelo soviético y les fue bastante mal, incluso provocaron la hambruna que siguió al fracaso del Gran Salto Adelante, 1958-1962.
En medio de profundas contradicciones internas, el PCCH llegó a la llamada Revolución Cultural, 1966-1976, el período más turbulento de China contemporánea. Fue una gran tormenta que estremeció los cimientos y devastó el territorio. La juventud se empeñó en bajar el cielo a la tierra. No lo consiguió, pero limpió el camino para el triunfo de la reforma y la apertura a partir de 1978.
Ya había muerto Mao, quien antes de fallecer había tenido el buen tino de reincorporar a Deng Xiaoping a un alto cargo en el partido. Gracias a ese punto de apoyo, Deng tomó el control dos años después. En ese momento, el PCCH descubrió otra peculiaridad de su país cuya fusión con el marxismo ha sido cuestionada: el mercado.
En efecto, la nación china siempre había estado compuesta por todo tipo de comerciantes, incluso los campesinos vivían vendiendo y comprando. Nunca hubo la autarquía del feudalismo europeo. Por el contrario, el mercado era un mecanismo que había pasado por todo tipo de regímenes. Esa constatación llevó a pensar que podía ser compatible con el socialismo. Según este parecer, el mercado no es exclusivo del capitalismo ni su rasgo esencial. Por el contrario, hubo mercado en la antigüedad romana y china, también en las ciudades medievales y por supuesto en el capitalismo. Precisamente por ello, era concebible un socialismo de mercado.
Ese fue el espíritu de la reforma que ha llevado a China a su transformación en una potencia mundial. Como es fácil comprender, esta concepción del mercado es el argumento de quienes califican a China como capitalismo de estado. Pero, cabe destacar que los comunistas chinos buscaron una justificación marxista de su apuesta por el socialismo de mercado y la hallaron en la llamada Nueva Economía Política, NEP. Esta política había sido aprobada por Lenin en 1920 y había continuado vigente en la URSS hasta el triunfo de Stalin. En ese período había convivido el poder bolchevique y el mercado. Así, la identificación del socialismo con el estatismo era un asunto histórico, pertenecía a una era determinada, pero no definía la naturaleza del comunismo.
Pero, ni Lenin ni el PCCH han creído en el mercado libre, sino regulado por el estado. En China el estado se halla por encima del mercado, mantiene poderosas empresas públicas, controla la banca y, sobre todo, dispone de poder para intervenir ahí donde encuentra una falla que puede afectar el desarrollo nacional. Es un estado poderoso, que ha asignado tareas al mercado, que consisten en generar crecimiento, bienestar y riqueza. Dado el peso demográfico, son 1,400 millones de personas, y las diversas leyes que protegen la inversión y la propiedad, el mercado ha funcionado haciendo próspera a la nación china. Pero, se ha disparado la desigualdad. Es difícil precisar a cuánto, pero más de un analista sostiene que los niveles son casi latinoamericanos, es decir, entre los más altos del mundo.
El estado es responsable de atenuar esa desigualdad. El presidente Xi Jinping ha diseñado una política para enfrentarla sin afectar el crecimiento. No hay límites para generar riqueza, sino obligación progresiva para financiar un fondo de desarrollo tecnológico y fomento de cadenas de valor. El PCCH piensa que ahí está el futuro. Las cadenas de valor son el mecanismo para que el comercio llegue a todos y transfiera dinamismo económico. El desarrollo tecnológico para situar a sus jóvenes más capaces en la inteligencia artificial y en el dominio de los chips. Prosperar y repartir para seguir creciendo.
Cabe regresar a la pregunta sobre la continuidad del marxismo en China. Mi apreciación es que algunos elementos permiten sostener que el comunismo chino no es una reliquia de museo. El punto de partida es la dictadura del proletariado y una concepción especial de la democracia. No se trata de elegir sino de hacer un gobierno al servicio de todos. Es la democracia de los fines y en paralelo el gobierno del PCCH inscrito en la constitución del estado. Esta estructura política es la base fundamental de la China contemporánea, porque asegura la estabilidad y permite planes a largo plazo. El sistema político es una versión refinada de la dictadura del proletariado propia del Manifiesto Comunista.
A continuación, sobrevive una doctrina. En su aspecto moral el marxismo se ha fusionado con el confucionismo y pondera una serie de virtudes, destacando fidelidad, compromiso y solidaridad. Asimismo, el aspecto teórico de esta doctrina es la defensa del fin social de la ciencia y del conocimiento. El marxismo concebido de esta manera no influye en la vida de las grandes mayorías, pero es utilizado por la elite que gobierna el país. Por ello, la política china se expresa en sus categorías.
Por último, en el seno del PCCH también sobrevive la idea de la igualdad económica como el propósito gubernamental por excelencia. Ya no la igualdad de ingresos, sino una versión más afín a Occidente, la igualdad de oportunidades. En virtud a esa postura, el gobierno busca que nadie quede atrás y que todos tengan chances para mejorar su puesto en este mundo. Por ello, a pesar de la manifiesta desigualdad en las ciudades chinas, el discurso de la igualdad sigue teniendo buena prensa e imagen pública.
¿Son suficientes estos tres ejes para considerar comunista el rumbo actual de China? Entiendo que pueda parecer insuficiente para muchos; pero, a mi juicio, Beijing ha generado un modelo alternativo al Occidente capitalista liberal. No es casual que todo el establishment político norteamericano coincida en enfrentar a China como el enemigo principal del siglo XXI. No parece una rivalidad dentro del mismo campo, como la que oponía Gran Bretaña con Alemania. Ahora es claro que la contradicción es más profunda porque incluye poderosos factores de naturaleza étnica y cultural.
Antes de terminar cabe atender una cuestión derivada: ¿Es el marxismo sinónimo de fracaso, pobreza y estancamiento, como se sostiene en Latinoamérica mirando a La Habana y Caracas? Más bien, el caso de China permite pensar lo contrario, puesto que su rápido y exitoso crecimiento económico se basa en el uso del marxismo para resolver ciertos enigmas difíciles de descifrar para la racionalidad occidental, pero habituales para quien encuentra en la unidad de contrarios el motor de la humanidad: cómo conciliar dictadura política y democracia de los fines, libertad y regulación del comercio; por último, estado y mercado. El ying y el yang. Para los chinos estos pares no son incongruencias, sino la receta del desarrollo.