Hugo Blanco, 1934-2023
El reciente fallecimiento de Hugo Blanco invita a una reflexión sobre su trayectoria política. Durante la primera etapa de su vida fue trotskista y activo militante de la IV Internacional. En esa condición dirigió las luchas campesinas de la Convención que se tradujeron en la primera reforma agraria y fueron la base de su permanente popularidad. Pero, luego del hundimiento de la Unión Soviética juzgó que el estalinismo había sido derrotado y que el trotskismo había perdido razón de ser. En este segundo momento evolucionó hacia el indigenismo y asumió con orgullo las demandas étnicas de los indios latinoamericanos. Pensando que otro mundo era posible adhirió al concepto del “buen vivir” como nueva apuesta del ideal colectivista. El objeto de estas líneas es revisar su trayectoria política preguntando por los elementos de continuidad y ruptura que marcan las etapas de su pensamiento.
En primer lugar, cabe destacar que su trotskismo fue muy singular. Esta corriente destacó a nivel mundial por ser muy obrerista y poco afecta al trabajo campesino. Asimismo, el trotskismo creía en la revolución permanente hasta alcanzar el socialismo y no aceptaba etapas intermedias que realicen intereses de sectores amantes de la propiedad privada, como el campesinado y su parcela familiar. Por ello, resulta curioso que, siendo un disciplinado militante trotskista, Blanco haya acabado dirigiendo el movimiento campesino de mayor envergadura de la historia peruana.
La explicación guarda alguna relación con el azar. Blanco era dirigente de los canillitas de Cusco y estaba preso por agitador. En la cárcel conoció a los dirigentes campesinos de La Convención que purgaban pena por las mismas razones. Hicieron amistad y lo invitaron a integrarse a su lucha. Una vez liberado se trasladó al valle y entró a trabajar como campesino allegado en la hacienda Chaupimayo. Ahí comenzó todo, por un encuentro fortuito en una prisión.
Hasta ese entonces, Blanco compartía con varios compañeros de su generación una trayectoria similar. Hijos de profesionales del Cusco, habían estudiado secundaria en el colegio de Ciencias y luego habían emprendido estudios universitarios en La Plata en Argentina. Por ejemplo, Vladimiro Valer había seguido una trayectoria semejante y su mismo hermano, Óscar Blanco, lo había antecedido en la universidad argentina. Siendo estudiantes universitarios varios cusqueños se radicalizaron y junto a Blanco adhirieron al trotskismo y específicamente al grupo Palabra Obrera dirigido por Nahuel Moreno. El partido los animó a dejar la universidad y proletarizarse, cosa que hicieron consiguiendo trabajo en los frigoríficos. A continuación, vino el golpe militar contra Perón y la persecución contra la izquierda argentina. En esas condiciones, el partido les recomendó volver al Perú y contribuir con la reorganización del pequeño núcleo trotskista local, el Partido Obrero Revolucionario, POR. De ese modo, Blanco viajó a Lima y consiguió trabajo como obrero en una fábrica pequeña que carecía de sindicato.
Diversas peripecias con la represión lo devolvieron al Cusco y entonces se produjo su encuentro con los campesinos. A continuación, dirigió una lucha de masas que estremeció al Perú. En términos sociales no se apoyó en el campesinado pobre, como recomendaba Mao, sino en el sector más acomodado de esta clase, que buscaba consolidar su propiedad privada enfrentando al hacendado y su sistema laboral servil. Luego de su victoria, los campesinos formaron cooperativas de comercialización, pero la propiedad de la tierra permaneció en manos privadas. Era la voluntad de la población y en este punto el proceso de la Convención se diferenció de la reforma agraria de Velasco.
Qué postura del trotskismo ayudó a Blanco a entender la dinámica del campesinado. Pienso que la democracia. En oposición al monolitismo estalinista, el trotskismo siempre había enfatizado en la libertad para el debate interno y la formación de tendencias. En última instancia mandaba la mayoría y había costumbre de obedecer a la base. Ese principio había sido bien asimilado por Blanco y contribuyó a su posicionamiento frente al movimiento popular. Si los campesinos querían hacer una revolución para lograr la propiedad privada, estaba bien, era correcto, porque así lo expresaba la base. Bastaba que fuera consensual entre los protagonistas para asumirla como meta de la lucha.
La experiencia de Blanco en la Convención y por lo tanto su etapa trotskista se halla condensada en el libro Tierra o Muerte, escrito en la isla del Frontón en mayo de 1970 y publicado dos años después. En este libro aparecieron las ahora famosas cartas entre Blanco y José María Arguedas, escritas poco antes del suicidio del escritor. En esa correspondencia Blanco propone incorporar la dimensión étnica al socialismo peruano, porque la lengua y las costumbres indígenas eran un bastión de resistencia al capitalismo y una fuente del anhelado nuevo mundo. En ese momento, Blanco asumía que el trotskismo hacía posible esa conciliación entre revolución proletaria, movimiento campesino y demandas étnicas. Él mismo se sentía parte de dos tradiciones: la dimensión internacional del trotskismo y la matriz indígena que lo ataba a la tierra.
En Tierra o Muerte, Blanco se identifica como un joven medio campesino a quien le fue fácil asimilarse plenamente al campesinado. Su periplo personal colabora con un argumento sobre el carácter revolucionario de esta clase social. Constata su extensión mayoritaria y denuncia la persistencia de la hacienda como expresión del atraso y la sobre explotación. Por ello, el campesinado puede abrir el cauce revolucionario, su fuerza es inmensa y está dirigida contra el núcleo terrateniente, el sector más reaccionario de la sociedad. Blanco sigue una máxima de Lenin, situar el esfuerzo revolucionario en quebrar el eslabón más débil del sistema.
Asimismo, Blanco desarrolla la importancia del partido y el tema de la lucha armada. Esta sección es bastante clásica y encaja con el pensamiento habitual de los grupos trotskistas. En efecto, rechaza la guerrilla foquista, por ser voluntad de un grupo aislado del pueblo y propone la formación de brigadas de autodefensa armadas surgidas de los sindicatos y las organizaciones de base. Según su postura, en determinado momento, el desarrollo mismo de la lucha de masas hace clara la necesidad del armamento popular. En paralelo afirma la necesidad de un partido como articulador de luchas y el único instrumento capaz de coordinar el proceso hasta la victoria final.
Con este perfil participó en las jornadas electorales de los años 1970-1980. Siempre tuvo altas votaciones, aunque era evidente que no disfrutaba del trabajo parlamentario. Por ello, fue mucho más feliz cuando pudo regresar al trabajo de base como dirigente de la Confederación Campesina del Perú, CCP. Era una personalidad reconocida y su participación proyectaba a nivel nacional las luchas sociales, generando procesos de solidaridad colectivos bastante extensos. Así ocurrió en Pucallpa donde una lucha de las comunidades originarias acabó en una masacre perpetrada por la policía, durante el primer gobierno de Alan García.
Nuevamente había sido electo senador cuando se produjo el hundimiento de la URSS en diciembre de 1991 y pocos meses después el autogolpe de Alberto Fujimori, abril 1992. Estos dos acontecimientos influyeron poderosamente en su vida política. Fujimori porque expresaba un nuevo ciclo autoritario que lo obligó a otro exilio, en esta ocasión a México, donde pudo conocer a los zapatistas y la experiencia de Chiapas. Así, las tierras aztecas fueron un poderoso estímulo a la perspectiva indigenista que desarrolló desde entonces. Por su lado, la caída del comunismo soviético lo hizo comprender que el trotskismo había concluido su ciclo. La suma de estos dos procesos lo situó en otro horizonte.
Aunque, el indigenismo había estado presente durante la misma etapa trotskista, no era algo nuevo. Lo singular era que ese indigenismo ahora era absoluto, antes convivía con la IV Internacional y el principio leninista del partido de vanguardia. En ese primer momento la clave era abrir una alternativa contra las dirigencias burocráticas del movimiento obrero, luego lo importante fue la experiencia indígena en toda América Latina. Mantuvo del trotskismo la perspectiva internacional, pero le dio una nueva meta.
Blanco fue un escritor bastante prolífico. Produjo decenas de folletos y dirigió una revista titulada Lucha Indígena. En 2010 publicó en Argentina un segundo libro fundamental, Nosotros los indios, que sintetiza la renovación de su pensamiento. En forma muy significativa, este segundo libro reproduce las cartas con Arguedas que ya habían sido publicadas en el primero. Ello muestra la continuidad que conecta toda su vida.
Otro punto clave es la ruptura con el leninismo y la concepción misma de partido. Expresa una idea cercana al viejo anarquismo porque sustenta que todo partido acaba generando una oligarquía. Por ello, no serían necesarios y constituyen un obstáculo. Aunque parece una ruptura con su pasado, cabe recordar que su militancia trotskista lo hacía ser muy basista y casi espontaneista.
Del período anterior también mantuvo presente el amor por el colectivismo y su rechazo al individualismo egoísta del sistema. Si antes ese colectivismo se había basado en el socialismo, ahora se hallaba en la comunidad indígena. Según recuerda Blanco, en toda América, anterior a la conquista europea, las sociedades agrarias precolombinas estaban organizadas en comunidades, que habrían logrado sobrevivir a la colonia y la república, manteniendo y recreando el espíritu colectivista. Por ello, los indígenas más sanos eran los más alejados del capitalismo y se hallaban en los grupos étnicos de la Amazonía. La idea de comunidad ya había estado presente en el indigenismo clásico de los años 1920 y se encuentra también en Mariátegui. Es una persistente postura de las izquierdas en el Perú, empáticas con el indio y confiadas en su vocación colectivista.
Luego sigue una historia de la lucha por la tierra que no difiere mayormente de Tierra o muerte. Lo único singular es un tono personal que le confiera especial calidez al relato. Pero, prolonga el relato hasta los días cuando fue escrito, añadiendo temas que estaban ausentes en el primer libro. Entre ello, el zanjamiento radical con Sendero y el terrorismo sosteniendo que nunca triunfa porque es rechazado por el pueblo que no quiere un baño de sangre en su nombre. Como consecuencia, el terrorismo se traduce en una larga y dolorosa represión. Por su lado, expresa confianza en las rondas campesinas autónomas surgidas en Cajamarca y extendidas por diversas partes del país como expresión del nuevo poder democrático.
Otro tema que ya estaba presente en el primer texto es la relación entre campesinado y revolución. Antes era el eslabón más débil de la cadena de dominación, ahora es fuente de democracia. En efecto, utiliza como ejemplo a la comunidad de Limatambo en Anta, Cusco y el concepto es democracia de base. De acuerdo a Blanco, se trata de generar un nuevo tipo de dirigencia que consulte regularmente a las asambleas de trabajadores y no se eternice en los cargos.
Según su parecer, cuanto más campesino más democrático. La misma institución, el municipio distrital, funciona de una manera más efectiva en el campo que en la ciudad. Era también una idea presente en el viejo indigenismo, el prejuicio positivo en las virtudes innatas del mundo rural. Aquí la novedad es la democracia. La nueva ruta de la revolución consiste en la ampliación de la democracia, tema casi ausente en el primer libro.
Dos puntos muy relevantes en Nosotros los indios son racismo y ecologismo. Ambos estaban presentes en el primer texto, pero cumplían una función menor. Luego ganan trascendencia y son fundamentales en la propuesta. Blanco sustenta que la agresión neoliberal contra la naturaleza ha desatado el calentamiento global que amenaza a la humanidad. Los únicos que resisten son los campesinos, quienes se sienten parte integrante de la madre tierra. Pero, aquí y allá, son discriminados y retratados como ignorantes y poco preparados intelectualmente.
En ciertos países, como los americanos, los campesinos son indígenas que pertenecen a las antiguas culturas aborígenes que han resistido por siglos al dominio de Occidente. Estos indígenas son menospreciados doblemente: por ser campesinos y también por ser oscuros, de piel cobriza y rasgos culturales propios alejados del patrón occidental.
Esa doble discriminación los hace imprescindibles en todo proyecto de transformación. Son los sujetos del nuevo mundo. A ellos se pueden sumar todas las personas de buena voluntad, pero los verdaderos revolucionarios serán los indígenas y/o campesinos de todo el planeta. Blanco apuesta a favor del “buen vivir” y lo define como una filosofía de vida que enfatiza en respetar al otro y a la naturaleza, dejar de lado la avidez y la codicia para adoptar una serenidad y solidaridad que transformen el planeta. Siempre fue un optimista, creyó en el futuro y pasó su vida buscando concretarlo. Al final su idea principal era cambiar el código ético de la humanidad para salvarla del desastre ambiental que sentía inminente.