Ninguna mujer con Dina

Créditos: Aldair Mejía

Si este texto fuese una crónica sobre las protestas en el marco de la tercera toma de Lima, las protagonistas serían sin duda alguna, las mujeres. O debería decir, con mayor precisión, las mujeres indígenas [1]. Tres imágenes. La primera, del 22 de julio. Un grupo de mujeres aymaras, armadas con su propia valentía y dos wiphalas, entraron a la Plaza San Martín y fueron violentamente desalojadas por la policía a punta de palos y bombas lacrimógenas. Con sus características polleras rojas, han recorrido el centro de la ciudad uniéndose a las diversas delegaciones de regiones que llegaron nuevamente para hacer escuchar sus voces ante una Lima, aunque cada vez menos, silente. 

La segunda, una madre que perdió a su hija, asesinada el 9 de enero pasado durante las movilizaciones en Juliaca, portando su foto y vestida de negro, recorre la plaza Dos de Mayo junto a la Asociación de Familiares de Víctimas de Juliaca. Un reducido grupo de personas los acompañaba con flores blancas, ataúdes de cartón y banderas peruanas de luto. La respuesta a esa imagen desgarradora fue la irracional lluvia de lacrimógenas que trató de apagar las exigencias de justicia y las lágrimas de ira al constatar una vez más, que de este régimen solo obtendrán impunidad. “Busco paz y no muerte” había dicho días antes esta misma madre en la conferencia de prensa convocada por la Coordinadora Nacional Unitaria de Lucha (CNUL). 

La tercera, la fotografía que acompaña este texto. El 27 de julio, un día antes de las conmemoraciones por fiestas patrias, una mujer camina con su pequeña hija en la espalda. Protegida con una máscara antigás, mantiene erguida su puño en alto. En otra imagen pasada se las puede ver a ambas, puño en alto, junto a la delegación de Juliaca caminando por la avenida Colmena. Y tal vez esta escena sea la que mejor simbolice una de las consignas que más se escucharon – y leyeron – en estos días de protesta: ninguna mujer con Dina. 

Poco importa si en su larguísimo discurso a la nación, el más largo en los últimos 20 años, no aparecen en el buscador las palabras mujer o género; su sola y terca presencia son suficientes para demostrar que la representación por sí misma siempre será un elemento vacío. La paridad en la participación política [2] no debería ser solo una cuestión numérica (más mujeres ocupando espacios de poder), es centralmente una condición cualitativa “de ser par”, de formar parte de un nuevo acuerdo social que garantice la participación en igualdad en la cosa pública, de todas las mujeres. Y para conseguir condiciones de igualdad es imperante, como lo hacen estas mujeres, cuestionar el ordenamiento económico y político, y enfrentarse al racismo institucional que sostienen las bases de la opresión histórica en la que se encuentran las poblaciones indígenas y campesinas en el país. Por ello, reconocen como importante la articulación y solidaridad con distintos sectores con los que coinciden en una causa común.   

Si bien no es la primera vez que las mujeres se encuentran en la vanguardia de los movimientos sociales, es innegable que hoy le han impreso una huella distintiva a este nuevo momento republicano. Patricia Amat y León recogía en un libro [3] hace algunos años, el proceso de tres décadas de organización de las mujeres mineras en el Perú. En el recorrido, habla fundamentalmente de la “politización de lo cotidiano”: las mineras desde la conformación de los Comité de Amas de Casa, las mujeres urbano populares a partir de los comedores populares y el comité del vaso de leche, y más recientemente las mujeres campesinas indígenas desde la defensa de su territorio, donde su cuerpo habita, se reproduce, crea, vive y muere. Hoy podríamos decir que se paran frente a la descomposición del Estado-Nación y, reflexivamente, exigen su lugar – y junto a ellas de todos los que se sentían sin-lugar – para escribir una nueva Historia. No en vano, son mayoritariamente puneñas [4], mayoritariamente aymaras. 

Verlas cantar en una banca de la plaza de la democracia, mientras a unas cuadras la policía reprimía como de costumbre; o reírse juntas caminando hacia el Congreso, pequeños momentos reconocibles de ternura y coraje que dan cuenta de su enorme capacidad de mantener vínculos que hacen posible imaginar un modo de colectividad diferente. Para estas maestras del cuidado, llevar a sus hijas a las marchas no las hace “malas madres”, es involucrarlas en la defensa de sus medios y modo de vida; recordar y exigir justicia por sus hijas asesinadas, las hace defensoras activas de justicia para todos. El feminismo no es una posición o mera consigna, es un campo de debate y constante disputa, que debiera aprender de aquellas que ahora, sin reconocerse como feministas, ponen el cuerpo y dan la pelea por la sostenibilidad de todas las vidas como aspiración, incompatible con el modelo capitalista, extractivista y colonial. 


[1] Video reportaje de la BBC titulado “Peru: Indigenous women and police clash in anti-government protest”. Ver aquí:  https://www.bbc.com/news/av/world-latin-america-66357011?at_campaign=Social_Flow&at_format=link&at_link_id=F121318A-2F4E-11EE-8E92-A0A2AD7C7D13&at_ptr_name=twitter&at_campaign_type=owned&at_medium=social&at_bbc_team=editorial&at_link_type=web_link&at_link_origin=BBCWorld 

[2] Ver más sobre este concepto y el debate alrededor de la paridad y el feminismo liberal en Fraser, N. (2015). Fortunas del feminismo. Madrid: Traficantes de sueños

[3] Amat y León, P. (2015). Transitando caminos: mujeres y minería. Lima: Filomena Tomaira Pacsi, servicios a la Mujer Minera.

[4] “Puno es la prueba ácida de la República”, entrevista a José Luis Rénique. Ballón, E. (2023). Revista Quehacer. Nº 11 Mar—Jul 2023.