Socialismo y libertad
Las libertades públicas e individuales nacieron con el capitalismo. En efecto, la revolución industrial y el desarrollo económico condujeron a la desaparición de las monarquías y de los regímenes coloniales. A continuación surgió el principio constitucional bajo forma republicana en prácticamente todo el planeta. Las constituciones son contratos sociales entre ciudadanos e implican una igualdad básica entre sus integrantes. Así, la constitución es legítima. Caso contrario, su finalidad sería consagrar el dominio de unos sobre otros. No habría consenso sino rabia y rebelión. Por ello, libertad e igualdad marchan juntas bajo la misma bandera.
Pero, sucede que en el capitalismo impide esa igualdad básica y los índices empeoran en forma progresiva. En realidad, en este sistema el quantum de libertad depende del quantum de riqueza. Peor aún, desde la llegada del neoliberalismo la concentración de la ganancia se ha disparado a nivel mundial. De acuerdo a OXFAM, los ingresos de los 2,153 milmillonarios que existen en todo el planeta superan al 60% de la humanidad, es decir, 4,600 millones de personas. Además, los más ricos han incrementado su patrimonio en estos últimos años de pandemia y sufrimiento masivo. Durante este lapso, OXFAM registra 573 nuevos milmillonarios, mientras que 263 millones de personas han caído en pobreza extrema. La desigualdad en nuestros tiempos es grotesca. En esas condiciones es imposible lograr el piso básico que presupone la democracia sin pensar en transformaciones profundas del capitalismo.
En el capitalismo solo hay libertad en lo privado. En este sistema lo público es de nadie y por lo tanto está abandonado. Mientras tanto, el individuo se encierra en sí mismo y, como consecuencia, la vida social se privatiza. La aspiración general es poseer un seguro de salud particular, movilizarse en carro propio, mandar a sus hijos al colegio o universidad privada y ser socio de un club particular. Mientras que, los servicios estatales o comunitarios están reservados para pobres y son tratados con desdén y negligencia a la hora de los presupuestos. El sistema actual implica que unos pocos gozan de tanta riqueza que les alcanzará para generaciones, mientras que muchos pasan hambre y no saben qué comerán al día siguiente. Por su parte, grandes segmentos de clase media ven frustrados sus anhelos de progreso y comparten con los pobres el universo de la incertidumbre.
Para alcanzar la democracia es preciso enfrentar al capitalismo. Este sistema se dirige al abismo. El período neoliberal ha traído líderes populistas y autoritarios que amenaza imponer un nuevo fascismo por medio planeta. Esta tendencia no es casual ni tampoco se basa exclusivamente en fenómenos políticos. Por el contrario, la concentración de la riqueza y la desigualdad en la distribución de los beneficios ofrece un sustrato que propende a la solución dictatorial y anti democrática. Sobre ese fundamento se descomponen regímenes democráticos precarios y tambaleantes como el nuestro, donde la corrupción termina de corroer al sistema. Venimos de seis presidentes acusados de corrupción y el desánimo ha ganado a las mayorías. En el Perú de hoy, se piensa que político es igual a corrupto.
La democracia y el gobierno honesto tienen que ser conquistados, no serán un regalo del sistema. Por el contrario, implican organizarse en contra suya. La clave se halla en el poder del estado y su conversión en un agente de la transformación social. Pero, en serio y no como el remedo que hemos tenido. El punto de partida es vincular libertad con redistribución de la riqueza. El estado tiene que ser un agente económico y un regulador del mercado. Estado y mercado no deberían ser asumidos como opuestos, su combinación en una economía mixta ofrece las mejores posibilidades para las naciones que aspiran al desarrollo. La ganancia individual se multiplica con un estado fuerte capaz de ofrecer servicios de calidad y protección a la economía nacional. A su vez, la eterna aspiración al buen gobierno puede alcanzarse si una mayor dosis de igualdad social contribuye con estabilidad y cambios positivos de la cultura política.
Un estado de este tipo es el régimen socialista y democrático al que aspiramos. Socialista porque su principio rector es el interés público y el bien común. Democrático porque su horizonte es la libertad individual, de pensamiento y de acción política sin restricciones.