Allende: Historia y memoria
El recuerdo de Allende ha ido cambiando a lo largo de los cincuenta años transcurridos después de su muerte. Es normal. La memoria se transforma porque la gente misma lo hace y el contexto social está sometido a grandes variaciones. Asimismo, el recuerdo de los hechos políticos es un campo en disputa. En este terreno no existe el consenso, sino una perenne batalla de ideas, que, como todo movimiento dialéctico, tiene su propio motor de cambio. Por ello, no hay nada tan variado y cambiante como la memoria. La de Allende en primer lugar, puesto que su trascendencia supera a Chile y su estela se proyecta sobre todo el continente alcanzando incluso resonancia mundial. A continuación, un breve contrapunto entre historia y memoria.
La Guerra Fría
Allende había llegado a la presidencia gracias a la Unidad Popular, un frente único de izquierda que tenía una larga trayectoria. En fecha muy temprana, en 1938, Chile fue el primer país de Latinoamérica donde triunfó electoralmente una alianza de radicales, socialistas y comunistas, eligiendo al profesor Pedro Aguirre Cerda como presidente. En ese entonces, Chile construyó un sistema político multipartidario que incorporó a la izquierda marxista. Fue el único país de Sudamérica que obtuvo esa condición. El resto estaba virando al populismo autoritario, como el Brasil de Vargas, o persistía en autoritarismos de orientación económica liberal, como el Perú de Benavides o la Argentina de la Década Infame.
El sistema político chileno mantuvo un elevado nivel de apertura e inclusión hasta el inicio de la Guerra Fría. En ese momento, EEUU y la URSS formaron sus respectivos bloques y amenazaron con desatar una nueva guerra mundial. La URSS y sus aliados de Europa del Este se encerraron tras la Cortina de Hierro mostrando los dientes. Por su parte, la agresividad norteamericana se desarrollaba en varios frentes, habiendo formado a la OTAN como alianza militar dirigida contra el bloque soviético. En Latinoamérica, Washington alentó dictaduras militares de derecha que apoyaron decididamente su política exterior. En todos los países fueron derribados los gobiernos democráticos de centro que habían surgido al final de la II Guerra Mundial. Por ejemplo, el presidente Bustamante y Rivero del Perú fue derrocado en 1948, en buena medida a causa de sus propios errores, pero también por el encono de la oligarquía sostenida por EEUU.
Por su parte, en el caso chileno, en 1946, el líder radical Gabriel González Videla fue electo presidente apoyado por el mismo Frente Popular, que venía siendo la fuerza política central desde la década anterior. Esta alianza era una prolongación de la estrategia del frente único antifascista aplicado por los izquierdistas de todo el planeta para enfrentar a los nazis. Pero, en 1948, este experimento llegó a su fin. En efecto, González Videla rompió con sus aliados de izquierda y promulgó una Ley de Defensa de la Democracia, que ilegalizó a socialistas y comunistas desatando una inesperada represión.
González Videla no era un dictador omnipotente, sino al contrario, un gobernante que había cedido a la presión de EEUU. En Washington, Harry Truman había impuesto la política de contención del comunismo a escala planetaria. No podía haber resquicio por donde se pudieran colar los comunistas y antes que cualquier experimento político estaba la seguridad internacional de Occidente. En los mismos EEUU estaba por comenzar la gran persecución contra las izquierdas conocida como el macartismo.
El gobierno de Nixon
Pasaron más de veinte años y la Guerra Fría vivía otro momento, pero la misma actitud se manifestó contra Allende. EEUU era gobernado por Nixon y Kissinger era secretario de Estado. Este tándem llevaría adelante la espectacular reconciliación con la China de Mao. Pero, en América Latina no hubo distención y el socialismo chileno no fue tolerado. Era un reto demasiado grande. Allende era el primer marxista del mundo electo en un sistema democrático. Se había convertido en un paradigma susceptible de tener millones de seguidores.
Mientras que, el objetivo de Nixon era triunfar en la Guerra Fría, aprovechando la quiebra del movimiento comunista internacional entre Moscú y Beijing. Por ello, EEUU fue particularmente intolerante con Allende. Antes que asuma el poder, una conspiración financiada por la CIA concluyó con el asesinato del comandante general del Ejército Rene Schneider. A continuación, una vez instalado en La Moneda, EEUU redobló las maniobras que dificultaron el manejo político y precipitaron las dificultades económicas. Pero, las elecciones congresales de marzo de 1973 mostraron que la Unidad Popular seguía ganando posiciones y mantenía la iniciativa política dentro de la democracia. En ese momento, las fuerzas reaccionarias se decidieron y la CIA se jugó a fondo por el golpe militar.
El trienio de Allende
Por su lado, el programa de Allende era bastante radical. No era medias tintas ni neoliberalismo con rostro humano. Preveía nacionalizaciones de recursos naturales, reforma agraria e industrialización con participación obrera. Era una prolongación en versión radical del programa nacional popular vigente en el horizonte de las izquierdas latinoamericanas. En ese sentido, era claro que su dirección implicaba un enfrentamiento con el modelo de capitalismo vigente. Su peculiaridad era la vía democrática y electoral para concretar ese programa, pero no consistía en desdibujar el socialismo, menos en negarlo.
Cuando Allende fue derribado, el balance en las izquierdas fue desalentador. Su muerte trágica y heroica proyectó su figura desde el primer momento. Su último y emotivo discurso sobre las anchas alamedas impactó en sus contemporáneos de una manera muy profunda. Pero, la derrota se evaluó como fracaso de la vía electoral al socialismo.
Por ello, después de Allende, tuvimos un nuevo ciclo de luchas guerrilleras, tanto en Argentina como en Colombia y sobre todo en América Central que se prolongó hasta Sendero y el MRTA en el Perú. Ese nuevo ciclo guerrillero era fruto del balance negativo del experimento democrático. La conclusión establecía que lograr el socialismo en democracia era imposible, dado el rumbo de Estados Unidos y su poder en la región.
El recuerdo
Así tuvimos un primer recuerdo de Allende: héroe, pero iluso. Esa imagen permaneció hasta los años 1980 cuando se sucedieron una serie de transiciones a la democracia, que alcanzaron a Chile a fines de esa década. Durante las transiciones emergió una nueva imagen de Allende, como un político izquierdista muy abierto al centro. Las ideas prevalecientes en los ochenta eran consenso y democracia. Se postulaba que no se podía avanzar en transformaciones sociales a menos que hubiera consenso democrático. La consecuencia política de esa manera de pensar era pugnar por el bloque entre la izquierda y el centro. La Concertación Democrática chilena emergió de ese planteamiento y se concretó en la reconciliación de la Democracia Cristina con el Partido Socialista.
Cabe recordar que, años atrás, la DC había firmado con la derecha en el Congreso una declaración sosteniendo la inconstitucionalidad de las políticas de Allende. Dicha declaración siempre fue la justificación del golpe y los medios amigos a Pinochet la exhibieron una y otra vez para mostrar otra imagen de Allende, como un lobo con piel de cordero, un marxista amigo de las dictaduras comunistas y específicamente de Fidel Castro, escondido tras la piel del demócrata respetuoso de la institucionalidad. Pero, pasados 17 años de dictadura de Pinochet las cosas habían cambiado mucho y el socialismo y la DC habían concretado un acuerdo. La base subjetiva de ese entendimiento fue resaltar una memoria sobre Allende, como un demócrata cabal, respetuoso de la institucionalidad y del estado de derecho. Si las cosas salieron mal, fue porque sus partidarios no entendieron la necesidad de un bloque entre el centro y la izquierda.
Esa idea estuve presente durante los gobiernos sucesivos de la concertación y era ritualizada periódicamente, sobre todo por el presidente Ricardo Lagos, el primer socialista presidente de Chile después de Allende, quien reabrió la puerta del palacio de la Moneda que comunica con la calle Morandé, por donde habían sido sacados los restos mortales de Allende. Esa puerta había estado tapiada durante los años de la dictadura y tenía un elevado contenido simbólico; su reapertura sirvió para proyectar una imagen de Allende como persona común y corriente, que llegaba caminando a trabajar y materializaba los ideales republicanos de igualdad y sencillez del gobernante.
Nuestros días
Pero, en esa época, había un sector de la izquierda que se hallaba fuera de la Concertación. En lo fundamental se trataba del Partido Comunista y de grupos de sociedad civil a los que pronto se sumarían los jóvenes estudiantes, secundarios y universitarios. En este sector primaba otra imagen de Allende. Se trataba de rescatar su programa y proyectar su contenido anticapitalista. De ese modo, la antigua propuesta nacional popular antimperialista se adecuó a los tiempos como un mensaje contra el neoliberalismo. Esta corriente de pensamiento rechazaba al sistema ultra competitivo y mercantilizado del neoliberalismo chileno y expresaba el malestar de los perjudicados por la globalización. Había surgido una competencia de izquierda a la Concertación.
Esta situación se prolongó hasta que cambios puntuales a la constitución pinochetista permitieron la incorporación de esa izquierda extra parlamentaria al sistema político. A partir de ahí todo cambió rápidamente. El desprestigio de la política también llegó a Chile. Los viejos partidos de la Concertación perdieron crédito y Bachelet fue su última lideresa capaz de ganar elecciones nacionales. Por su parte, la DC se fue reduciendo y sus consecuencias fueron graves para la Concertación, porque la alianza perdió sentido, en tanto el centro dejó de ser representado por los democratacristianos. En paralelo surgieron agrupaciones extremistas a la derecha del espectro que fueron ganando peso dentro de esa tendencia.
El gobierno de Boric surgió del cambio de la correlación de fuerzas en el seno de la izquierda. Quienes ayer eran extra parlamentarios ahora son mayoría y la centro izquierda democrática ha reducido su influencia en forma considerable. Pero, tanto los unos como los otros son fruto de la desaparición de las tendencias revolucionarias en el seno de la izquierda. Ya nadie propugna la vía armada y todos los grupos coinciden con mayor o menor entusiasmo en la democracia. Al llegar este momento, Allende se convirtió en un héroe popular. Su estatua en Santiago es un lugar de culto y su figura es objeto de innumerables íconos de memoria: fotografías, cuadros, afiches.
Pero, en torno a su figura existen dos memorias, aunque ambas lo exalten como un gran personaje. Una primera imagen de Allende lo entiende como un izquierdista moderado, elegante y de buenas maneras, respetuoso del estado de derecho. El segundo Allende es un socialista con intención de superar el capitalismo, un revolucionario en democracia.