Falta mucho para que nuestra clase política se guíe por alguna noción de bien común; por lo general lo hacen por intereses particulares. Maltratamos sistemáticamente lo que necesitamos para nuestras vidas y nos es común: el agua, el aire, los bosques, el subsuelo, las lomas, los pastizales, las lagunas…y un largo etcétera. En las ciudades tenemos muy poco respeto por los espacios compartidos en común:  parques y plazas, el tráfico, el ambiente urbano lleno de polución, la basura en las calles---y otro largo etcétera.

Desde hace 30 años, una alta valoración de lo privado desprecia lo común. Por esa sobre valoración, el Estado, en sus 3 niveles de gobierno, cuida muy poco lo común; protege muy poco los recursos comunes y el ambiente que tenemos en común, cada vez más controlados por mafias (de terrenos, de mineros ilegales, de narcos) o por lobistas. También deja de lado los servicios comunes como el recojo y reciclaje de basura o la descontaminación de acuíferos, por ejemplo. Existe una alta autovaloración de las élites, que desprecia a la gente común; la considera ignorante y manipulable, disfrazando su racismo con una supuesta alta cultura. No le reconoce el derecho a la política discrepante con ellas. 

 En esta revista no creemos tener la verdad; tenemos opiniones y las compartimos, tratando de sustentarlas en información cuando es necesario. Nos parece importante animar debates. Debates desde un posicionamiento claro: somos comunes y corrientes, es decir, ciudadanas y ciudadanos que no están por encima de nadie; defendemos los bienes comunes que son el sustento de la vida y pensamos que el bien común tiene que orientar la política, que sea nacional o local, nunca más debe servir para defender intereses particulares.

Comité Editorial