El 19 de julio de 1977 y la democracia

Un tema muy controvertido es la relación entre el paro nacional del 19 de julio de 1977 y la convocatoria a la asamblea constituyente del año siguiente. Alrededor de este asunto se han tejido numerosas polémicas y el objeto de estas líneas es presentar los puntos principales, revisando la relación entre movimiento social y lucha política.

El primer tema es la participación, que se supone fue universal. Pero, no lo fue. El SUTEP y Patria Roja estuvieron en contra del paro nacional. Sus razones eran curiosas, según su parecer era un paro revisionista porque era convocado por la CGTP dirigida por el PCP, considerado “revisionista” por los seguidores locales de Mao Zedong.

Cabe destacar que el SUTEP era muy activo en las luchas populares de la época. Es más, era motor del conflicto social y puntal de las posturas de izquierda contra el gobierno. Su ausencia el 19 de julio no era retroceso. Por el contrario, los maestros habían estado en paro inmediatamente antes y nuevamente entrarían en lucha poco después. Su oposición al denominado paro revisionista era completamente política, fruto de la competencia contra los moscovitas por el liderazgo del movimiento popular.

Un asunto clave era la lucha interna en el seno del PCP y la CGTP. Durante años habían apoyado al gobierno militar; fueron files al general Velasco, pero luego de su derrocamiento siguieron apoyando a Morales Bermúdez. A pesar de la elevada represión y el giro profundamente conservador, una buena parte del PCP seguía considerando revolucionarios a los militares. Pero, una minoría había entendido el rumbo derechista de Morales y había exigido romper con el gobierno.

Esa tendencia izquierdista tomó control del PCP a fines de 1976 y durante los primeros meses del año siguiente fue confrontada con una ola de huelgas al margen de la CGTP. El impulso del movimiento de masas venía del sur del país, donde los movimientos regionales estaban en proceso de organización y consolidación. Asimismo, como dijimos, el SUTEP era otro de los grandes animadores de la protesta contra un gobierno que se había decantado completamente hacia la derecha. Ya para aquel entonces, los generales izquierdistas habían sido purgados y enviados al retiro.

El ala radical de la CGTP empezó a coordinar con diversas federaciones sindicales que eran independientes y no estaban afiliadas a ninguna central. Principalmente eran los mineros, aunque no exclusivamente, porque en condición de independientes también se hallaban campesinos, telefónicos y trabajadores de la electricidad y energía, entre otros. Esas federaciones eran influidas por las diversas fuerzas de la Nueva Izquierda: Vanguardia Revolucionaria, el PCR, los diversos Mires y los trotskistas. Así, la alianza básica del paro nacional estuvo en manos del PCP y la Nueva Izquierda.

Esa coordinación dio origen al Comando Unitario de Lucha, CUL, que fue la instancia que finalmente convocó al paro nacional. A pesar de su importancia orgánica, el SUTEP se mantuvo fuera por las razones anotadas. La plataforma del paro fue completamente sindical y no había ningún punto político tipo elecciones inmediatas o asamblea constituyente. El asunto es que solo había unidad en una plataforma de reivindicaciones sindicales, mientras que las demandas políticas dividían a los diversos grupos de izquierda. El paro no era completamente sindicalista, sino que la política iba por separado, pero existía, no estaba ausente. A esas alturas, las diversas izquierdas eran conscientes que se vivía una crisis política y que era posible derribar al régimen.

Por su lado, el paro fue exitoso. Era la primera vez en la historia que los trabajadores lograban paralizar completamente el país. Los famosos paros anteriores habían sido en regiones, algunos en la capital, como las ocho horas, por ejemplo, pero el 19 de julio fue el primero realmente nacional. Además, fue total y contundente. No circulaba la movilidad y la gente se fue concentrando en los conos para finalmente converger al centro. Se sentía como el comienzo de la revolución a través de un levantamiento urbano.

Pero, tuvo un costo importante. Pocos días después, el gobierno autorizó a las empresas a despedir a los dirigentes. Gracias a esa facultad, el capital logró descabezar al trabajo. Más de cinco mil trabajadores fueron arrojados a la calle y entre ellos prácticamente toda la generación clasista que se había formado en las dos décadas anteriores. El clasismo había sido la marca de fábrica de esta generación porque expresaba su voluntad de luchar por el poder desde la clase obrera y los sindicatos. Pero, después del 19 de julio se terminó el poder del clasismo sindical y por ello, la izquierda de los ochenta perdió contacto con la base laboral. Los intermediarios habían sido liquidados.

Por otro lado, los militares venían conversando con los partidos tradicionales, sobre todo con el APRA y en alguna medida con el PPC. Dentro del gobierno militar se había producido una extensa purga. Tanto la izquierda con la extrema derecha habían sido eliminadas y se había hecho del poder un corriente institucionalista que estaba buscando una manera para retirarse exitosamente del gobierno y volver a sus cuárteles diciendo “tarea cumplida”. En esas conversaciones, el APRA planteó asamblea constituyente, mientras que Belaunde sostuvo que debían renunciar inmediatamente y convocar elecciones generales. Por ello, Morales transó con Haya de la Torre, mientras que Belaunde se mantuvo intransigente en la oposición. En 1980, esa actitud le dio la presidencia a AP.

De este modo, el año del paro nacional la política se movió en dos planos íntimamente conectados, pero separados. Por un lado, la plataforma sindicalista movilizó a todo el país y puso a los militares contra las cuerdas. Por el otro, las conversaciones con la derecha habían llegado al acuerdo con el APRA. Los militares se retirarían diciendo que dejaban consagradas en la nueva carta magna su obra de gobierno.

El paro provocó que Morales acelere el entendimiento para convocar la asamblea constituyente. De ese modo, los militares ganaban un aliado importante para contener el alza del movimiento popular. Además, permitía canalizar el malestar social hacia un escenario electoral. La rabia popular ya no estaría dirigida contra ellos, sino en favor de una u otra candidatura. Como paralelamente estaban reprimiendo, los militares confiaban en una transición hacia el APRA o la derecha.

En esta oportunidad no hubo fuerzas que conecten ambos planos de la acción política. Cada uno actuó por separado, pero fueron efectivos porque fue la transición más democrática de la historia. En 1980 por primera vez en un siglo la población analfabeta accedió al voto; se trataba de campesinos y fundamentalmente de mujeres indígenas que hasta entonces habían carecido de derechos políticos. Además, en 1980 no hubo exclusión por razones políticas. En el pasado el centro y la izquierda habían estado fuera de la ley y la competencia electoral solo estaba abierta para partidos de la elite oligárquica. Mientras que, las elecciones de 1980 fueron libres y el padrón fue universal.

De ese modo, a pesar de la falta de coordinación entre los dos niveles de la acción política, la transición de 1978-1980 fue la más democrática del siglo XX. Ello fue posible gracias a la contundencia del paro nacional del 19 de julio.